Desde
hace días ronda en mi cabeza las respuestas a una pregunta que me hice alguna
vez: ¿Porqué me gusta leer?
Para
responder esta pregunta debo remontarme a la época en cursaba bachillerato; ya
que en esos tiempos, no era ni de cerca un apasionado de la lectura. Mi vida
transcurría al ritmo del fútbol, la televisión y las charlas y juegos con
amigos. Pero durante el bachillerato recuerdo haber leído cuatro libros (todos
por obligación). El Principito en 6º grado, Juan Salvador Gaviota en 7º,
Cóndores no entierran todos los días en 8º y El Túnel en 9º. Estoy seguro que
me tocó leer más libros, pero la verdad es que esos son los que quedaron en mi
memoria y que estoy seguro de haber leído. Recuerdo que me daba mucha pereza
tener qué leerme un libro y mi mamá me ayudaba o se aseguraba que lo leyera
(tomándome la lección). Pero la verdad es que disfrutaba mucho más otras cosas,
como ver fútbol (hay qué recordar que durante esa época la selección Colombia
de fútbol estaba jugando como nunca lo había hecho y al parecer como nunca
jamás lo volvería a hacer).
Hay
otro detalle que vale la pena mencionar y es que mis papás han sido buenos
lectores y en la casa se ha contado con una buena biblioteca. Aunque nunca me
obligaron a leer, sí recuerdo que ellos leían bastante.
Así
pues, terminado el bachillerato y sin ningún interés por la lectura, tuve un
breve paso por el servicio militar, durante el cual recuerdo haber leído a
Neruda y sus Veinte Poemas de Amor y Una
Canción Desesperada. Y esto por que estaba tragado de una ex compañera del
colegio con quien tuve un breve affaire durante la excursión a San Andrés, que
tradicionalmente se realizaba al terminar el último año de colegio. Sin embargo
el servicio militar no deja muchas energías para leer, así que fue lo único que
leí.
Luego
de regresar de aquella breve aventura por las tierras del magdalena medio,
ingresé a la Universidad, a la Javeriana para ser exactos; a estudiar (como
muchos lo saben), ingeniería electrónica. Y fue ahí, donde mi camino y el
camino de la literatura se encontraron.
Me
encontraba en segundo semestre y con la firme decisión de encontrar una
alternativa que me permitiera no llenar mi cabeza con solamente números y
circuitos. Razón por la cual entré al taller de narración oral (o cuentería). Como era lógico, fue necesario que empezara a
buscar historias para contar y me fui introduciendo en el mundo de los cuentos.
Ahí empezó mi recorrido como lector, pues estaba ávido de historias.
Fueron
muchos los cuentos que leí; aunque no los estaba disfrutado al máximo, pues en
mi cabeza estaba era el objetivo de encontrar historias para ser narradas. Sin
embargo, poco a poco fui encontrando el gusto a medida que leía y ya no solo
leía para encontrar algo para contar; sino que empecé a querer conocer esos
autores. Así empecé a leer a Mario Benedetti y sus cuentos. Este fue mi primer
autor favorito y uno de los primeros cuentos que conté fue de él. El cuento se
titula Miss Amnesia y es uno de mis
favoritos. Incluso en algún momento quise hacer un cortometraje basado en este
cuento (pero esa es otra historia).
En
los cuentos de Benedetti encontré otros mundos, otras realidades; en donde se
evidenciaba cómo la situación política de Uruguay atravesaba estas historias.
Esto me llevó a conocer más de este autor y llegué a la poesía y luego a sus
novelas. Con la poesía me encontré todo un universo de poemas para dedicar y en
sus novelas encontré una inmersión en ese mundo golpeado por las dictaduras
militares.
Poco
a poco fueron llegando otros escritores. Y también poco a poco, los libros se
fueron convirtiendo en algo fundamental. De la biblioteca de la universidad
prestaba libros de matemáticas, electrónica y de literatura. Conocí a Ambroce
Bierce, Jack London, Anton Chejov, Edgar Allan Poe, Herman Hesse, Ray Bradbury,
Asimov, etc. Pero era la literatura latinoamericana era la que más disfrutaba.
Y esto se debía a escritores como Julio Cortázar, el Gran Cronopio, quien
rápidamente se convirtió en mi preferido. Sus historias… no sabría cómo definirlas, pero aran algo
fabuloso que desconcertaban con magistral elegancia. Con Cortázar y Rayuela conocí Buenos Aires y París y
encontré que la literatura era infinita y que una novela puede ser varias
novelas al mismo tiempo.
Luego
conocí a Jorge Luis Borges y fue en ese momento que encontré un nuevo escritor
favorito. Con Borges y sus magistrales cuentos, pude conocer aquel lugar donde
todo se conjuga en un mismo instante y lugar (El Aleph) y también conocí a aquel hombre llamado Funes quien tenía
una memoria excepcional (Funes el
Memorioso), quien para recordar todo lo que había visto el día anterior,
requería exactamente un día para contarlo. Con Borges conocí las maravillas de
los laberintos y los juegos con ese paradójico laberinto llamado tiempo (ya me
dieron ganas de volver a leer a Borges).
A
través de la literatura pasé al cine y a la elaboración de guiones, también
gracias al grupo de narración; pues la relación entre contar un cuento y llevar
a imágenes una historia, es muy grande. Y este fue un momento decisivo en mi
modo de leer, pues es a partir de este momento en que las historias que leía se
convertían en imágenes automáticamente. Y fue necesario volver a leer aquellas
historias que ya conocía para volver a vivirlas, esta vez de otro modo.
El
tiempo fue pasando y la universidad también. Con la narración oral llegué a la
literatura y pude entablar relaciones con personas excepcionales y únicas.
Personas con quienes compartía ese gusto por leer. Con ellos conocí nuevos
autores y nuevos mundos, compartimos aventuras en esos mundos que habitan sólo
en libros. Hablar sobre literatura con amigos genera un especial placer.
En
fin, leer me ha permitido conocer París, Buenos Aires, Tokio, Praga, La
Comarca, Desembarco del rey, Invernalia, Montevideo, El Infierno, Marte,
Londres… He podido ver dragones, elfos, gigantes, reyes, asesinos. He sido
testigo de grandes tormentas en el mar, de asesinatos sin piedad e ingeniosos
crímenes, de grandes batallas, de venganzas fríamente calculadas.
Leer
me ha permitido ver las cosas de otro modo. No puedo asegurar que sea una mejor
persona gracias a eso, o que me haya hecho más inteligente, o que me permita
entender y analizar mejor las cosas. Lo que sí puedo asegurar es que he vivido
aventuras increíbles. He reído, he llorado, me he asustado, me he llenado de
rabia, pero también de alegría. Cuando abro un libro, me embarga una sensación
de ansiedad por conocer qué va a pasar. Esa sensación comparable a cuando se va
iniciar un viaje. La ansiedad por conocer a los personajes es grande y los
nervios se ponen de punta al iniciar la lectura y cuando se llega al clímax de
la historia.
A
medida que la historia avanza, la imaginación vuela en busca de respuestas y de
anticipar lo que va a pasar. A medida que la historia avanza, es inevitable
encariñarse con unos personajes y odiar a otros. Pero cuando la historia va a
terminar me embarga una sensación de tristeza por despedirme de esa historia y
de dejar a esos personajes. Pero sé que vendrán otros. He leído libros que me
han gustado mucho y otros que no tanto. Incluso hay algunos que no he podido
terminar de leer.
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